La marcha ultranacionalista judía que iba a atravesar el barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén apenas ha conseguido concentrar en la tarde noche del jueves a un centenar de personas que no han podido ni siquiera avanzar más de 50 metros. Su objetivo, reclamar el control absoluto de la ciudad por parte de los judíos y, especialmente, de los lugares sagrados de los fieles de Alá. Un nutrido despliegue policial que les superaba en número frenó a los manifestantes y les quitó las pancartas que portaban con algún que otro forcejeo, pero sin altercados. Algunos, como Jako, de 15 años y con el rostro tapado, dejaban claras sus intenciones: “Una bala en la cabeza de cada terrorista”, rezaba su cartel. “Tenemos que matar a todos los árabes”, comentó sin ambages.
Minutos después, la cartulina adornada con un reluciente proyectil dorado, que otros asistentes llevaban con el mismo lema, estaba ya en manos de los agentes. Como única arma reivindicativa les quedó cantar y gritar antes de que acabaran disolviéndose una hora después. Los asistentes mezclaban reivindicaciones históricas con la coyuntura actual de la guerra que vive el país tras el ataque del 7 de octubre perpetrado por Hamás.
La policía acusó a los manifestantes de “violar” de entrada lo acordado para la marcha con “cánticos racistas” y después de tratar de avanzar sin permiso, según un comunicado.
“Vamos a marchar como marchamos hace 2.000 años”, aseguró en el lugar de concentración Yehuda Sherez, de 63 años, en referencia al objetivo marcado de recuperar lo que los judíos consideran el Monte del Templo, lugar que sitúan sobre el Muro de las Lamentaciones y que hoy sostiene la explanada ocupada desde hace 15 siglos por la Mezquita de Al Aqsa, tercer lugar más sagrado para los musulmanes. “Que se lleven todo a La Meca. Nosotros les ayudamos”, señaló con una gran sonrisa entre su larga barba canosa. Las hermanas Atara y Arial Serwatien, de 16 y 21 años, respectivamente, originarias de Estados Unidos y cubiertas con banderas israelíes, echaron en cara al Gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, una supuesta tibieza con los árabes. “Ellos destruyeron nuestro templo, ahora que lo descolonicen”, defendían, sin rechazar que sean destruidas las mezquitas y resto de edificios de la explanada.
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El Gobierno más derechista de los 75 años de historia de Israel, en jaque por el ataque de octubre con 1.200 muertos y la guerra, había autorizado en principio la marcha. La decisión dependía de un extremista, Itamar Ben Gvir, que ocupa la cartera de Seguridad Nacional. Tras el permiso, se sucedieron los llamamientos para que la manifestación se prohibiera, como el realizado por el líder de la oposición, Yair Lapid. “Es un intento flagrante de los kahanistas de incendiar nuevos frentes y causar más muerte y destrucción”, señaló en su perfil de la red social X (antes Twitter). Se refería a los convocantes de la manifestación, seguidores en parte del racista y extremista judío Meir Kahane, un rabino asesinado en 1990 que defendía la expulsión de su tierra de todos los palestinos y del que es discípulo Ben Gvir. Se trata de una “provocación ultranacionalista” que no debe tener cabida en la actual coyuntura bélica, coincidía en su editorial del jueves el diario Haaretz, que abiertamente reclamó a Netanyahu que la impidiera.
El objetivo de los grupos de extrema derecha, además del control de los lugares sagrados, es acabar con el Wafq, una institución religiosa de Jerusalén dependiente de la monarquía jordana y que mantiene la autoridad sobre la explanada de las mezquitas, pese a que, desde 1967, Israel controla toda la ciudad. El día elegido para la bautizada como Marcha de los Macabeos coincide con el comienzo de la celebración de la fiesta de las luces o Hanukkah. Son ocho noches en las que se rememora la rebelión macabea y la proclamación de la independencia de los judíos en el siglo II antes de Cristo.
El permiso a la marcha de judíos ultras contrasta con las restricciones a la población árabe israelí desde el ataque del 7 de octubre, ya que no se permiten manifestaciones contra de la operación militar en Gaza y cientos de personas han sido detenidas por expresar en redes sociales su solidaridad con los muertos del conflicto. Además, se obstruye el libre acceso de los musulmanes a la Explanada de las Mezquitas.
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